Lucila y Mario entraron al restaurante de comida japonesa, ella estaba emocionada, hacía mucho no la había probado, para él era su primer encuentro con los platillos orientales, el mesero les dio la carta, no tenía fotos, bajo el nombre del platillo se describían los ingredientes; más tarde volvió para tomar la orden; pidieron las bebidas y después ella ordenó okonomiyaki; sabiendo que a él le gusta el pollo, le sugirió probar el yakitori. Minutos después el mesero llevo los platillos y puso los respectivos platos frente a cada uno; por estar platicando ella volteó a ver su plato justo cuando el mesero había dado dos pasos para retirarse, rápidamente le llamó “disculpa” dijo con firmeza, el mesero volvió y ella completo: “pedí un okonomiyaki”, “le traje lo que me ordenó” replicó el mesero “sé lo que ordené, por favor tráigame lo que le dije”, el mesero vaciló un poco bajo la mirada del que parecía ser el gerente quien lo veía a poca distancia, se llevó el platillo y minutos después volvió con lo solicitado “disculpe usted, hubo una equivocación” dijo, y se retiró. Enseguida Mario mencionó “Si a mí me hubieran traído cualquier platillo, no habría sabido si fue lo que pedí”, tenía razón por su nula experiencia en esta gastronomía.
Pero el amor no es comida japonesa; escasa, medianamente o en demasía, la mayoría contamos con la experiencia del amor que pudo haber llegado a nosotros por distintas vías: filial, fraternal, amistad, la pareja, etc., lo cual nos dota de cierto conocimiento sobre la práctica del amar y sus diversas manifestaciones.
Hablando particularmente del amor en la conformación de relaciones de pareja, la condición de saber lo que queremos en función de nuestros gustos, preferencias, necesidades, expectativas, etc. juega un papel muy importante, esto debido a que al mismo tiempo orienta nuestra visión sobre lo que NO queremos, es decir, en la medida que tienes certeza sobre cómo te gusta que te amen, tendrás la posibilidad de rechazar lo que no corresponde con eso que tú sabes que quieres y te gusta
La condición de no tener certeza de la forma en que queremos ser amados, nos hace correr el riesgo de aceptar cualquier cosa que pudiera parecer amor, como en el ejemplo del platillo japones que le llevaron a Lucia. Si es tu caso, la tarea es aclararte las acciones (no tanto las palabras) que la persona con quien tienes una relación o pretendes tenerla, corresponden con aquello que tu deseas y valoras recibir; muchas personas coinciden en atribuir a estas acciones rasgos relacionados con el respeto, la lealtad, la confianza, etc.
Si en tu concepto de recibir amor estuviera contemplada la aceptación de la falta de respeto, la devaluación de tu persona, el fomento a la sensación de soledad, la tristeza, la ansiedad, impotencia, enojo, sentirte miserable, etc., quizá esa es tu certeza, pero si lo estás pasando mal, tal vez sea momento de reconsiderar una renovación de esos valores, ¿cuáles son los tuyos?. Recuerda, quien no sabe lo que quiere… completa la frase.